Cuando te sientes roto, Dios no te desecha // Daniel Del Vecchio

Cuando te sientes roto, Dios no te desecha // Daniel Del Vecchio

Isaías 42:3 – “La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará.”

Dios no desecha a los quebrantados. El mensaje de este versículo rescató al pastor Daniel del Vecchio en un momento de gran debilidad. Cuando el dolor emocional se acumula, incluso los siervos de Dios pueden llegar al límite. En su testimonio, compartió cómo, estando en Estados Unidos, se sintió quemado, dolido y vacío. Ya no quería predicar ni mostrarse fuerte.

Sin embargo, en medio de ese quebranto, Dios le habló: “Tú eres esa caña cascada.” No para desecharlo, sino para restaurarlo. Cristo no quiebra lo dañado ni apaga al que aún humea. Él restaura con ternura.

Hebreos 6:1 – “Avancemos hacia la madurez.”

La madurez espiritual no es opcional. El llamado de Dios no es quedarnos en la etapa infantil de la fe, sino crecer. Daniel del Vecchio recordó que en la iglesia hay muchos “niños espirituales” que deben ser llevados en brazos, pero Dios quiere levantar personas que puedan llevar cargas, no ser carga.

Madurar implica dejar de lado los caprichos, los celos, los derechos personales, y asumir deberes con humildad y responsabilidad. La iglesia necesita creyentes maduros que no estén movidos por emociones ni doctrinas pasajeras, sino firmes en la verdad apostólica.

Efesios 4:14 – “Para que ya no seamos niños fluctuantes…”

El niño espiritual es inestable, llevado por emociones y por cada viento de doctrina. El creyente maduro, en cambio, está anclado en la verdad de Cristo. Por eso, Daniel enfatiza la importancia de volver a enseñar la doctrina apostólica, no como novedad, sino como fundamento.

El que piensa lo mismo, siente lo mismo. La unidad espiritual nace de la doctrina sólida y del crecimiento personal. No podemos edificar una iglesia fuerte con creyentes que siguen buscando “muñecas y bicicletas espirituales”.

1 Corintios 13:11 – “Cuando era niño… pensaba como niño.”

El testimonio personal revela algo importante: cosas que antes eran de gran valor para nosotros, con el tiempo pierden su peso. Madurar es saber valorar lo eterno sobre lo temporal. Lo que antes era un mundo (una herida, una discusión, un objeto) ahora ya no lo es.

El amor por los hermanos debe superar las diferencias, y la vida espiritual debe avanzar. No podemos quedarnos atrapados en ofensas pasadas ni en sentimientos de derrota.

Santiago 3:6 – “La lengua es un fuego…”

Uno de los signos de la madurez espiritual es dominar la lengua. Daniel del Vecchio, con honestidad, confesó que aún lucha con ello. La lengua puede ser instrumento de edificación o de destrucción. Muchos cristianos llenos del Espíritu siguen hablando con carnalidad.

No se trata de hablar en lenguas, sino de tener dominio propio. No devolver mal por mal, no herir con palabras, no escandalizar a los más pequeños. La lengua puede destruir a una iglesia o levantarla. El maduro sabe cuándo hablar y cuándo callar.

Filipenses 3:13 – “Olvidando lo que queda atrás…”

Uno de los mayores desafíos en la vida cristiana es aprender a olvidar. Daniel compartió el caso de una mujer que no pudo perdonar durante 10 años, y esa falta de perdón abrió puertas al tormento. El pasado sin sanar puede transformarse en una prisión espiritual.

Perdonar no es sugerencia, es mandamiento. Y el perdón libera tanto al que lo da como al que lo recibe. Olvidar, en el sentido bíblico, no es borrar de la mente, sino dejar de vivir atado a eso. El que no suelta, no puede avanzar.

1 Tesalonicenses 5:15–16 – “No devolváis mal por mal… estad siempre gozosos.”

La verdadera alegría cristiana no depende de las circunstancias, sino de la gracia que llevamos dentro. El gozo se apaga cuando devolvemos mal por mal, cuando guardamos rencor, cuando actuamos con la carne en vez del Espíritu.

El Señor quiere que vivamos de forma sobrenatural: devolviendo bien por mal, orando sin cesar y dando gracias en todo. Es un estilo de vida que solo los maduros pueden abrazar.

Apocalipsis 3:11 – “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.”

Cada creyente, por más sencillo o débil que sea, tiene una corona reservada por Dios. Pero el enemigo quiere robárnosla. ¿Cómo? A través del desánimo, la división, la crítica, el pecado y el retroceso espiritual.

Daniel recordó una carrera donde un corredor fue pisado por otro y cayó. La multitud le animó a levantarse, y eso hizo. Así también, aunque hayamos caído, debemos levantarnos, avanzar, no dejar que el diablo nos robe lo que Dios ha preparado.

Conclusión: “Extendiéndome a lo que está delante” (Filipenses 3:14)

Dios no ha terminado contigo. Si hoy te sientes como una caña pisada, recuerda que en las manos de Cristo no hay piezas de desecho. Él puede usarte, restaurarte, sanarte y volverte útil. No importa lo que pasó, importa lo que Dios hará si decides avanzar.

Madurez no es perfección, es compromiso. Es caminar con los ojos puestos en Cristo, dejar el pasado atrás, frenar la lengua, perdonar con todo el corazón y vivir para servir.

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