Soy un hijo de Dios // Devocional Diario con Derek Prince
La Biblia nos dice que somos hijos de Dios, y el Espíritu de Dios afirma esa verdad en nuestros corazones. Pablo escribió a los cristianos sobre esta realidad en su carta a los Romanos.
«Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.»
(Romanos 8:15-17)
El Espíritu Santo nos da testimonio de nuestra identidad como hijos de Dios. Esto significa que no solo somos parte de Su familia, sino que también tenemos derecho a Su herencia. Sin embargo, esta herencia viene con un llamado a compartir en los sufrimientos de Cristo, pues el camino del Reino también implica pruebas y crecimiento en la fe.
Nuestra relación con Dios como Padre es profunda y cercana. La palabra «Abba» utilizada en la Biblia es equivalente a «papi» en español, mostrando la ternura y confianza con la que podemos dirigirnos a Él. No somos simplemente súbditos de un Rey distante, sino hijos amados con acceso directo a Su presencia.
Ser coherederos con Cristo no significa que recibimos solo una parte de la herencia divina. En el Reino de Dios, la herencia no se divide en fracciones individuales. Más bien, Jesús, como el Hijo primogénito de Dios, posee toda la herencia, y nosotros la compartimos completamente con Él. Esta es la ley del Reino de compartir, donde la abundancia de Dios es para todos Sus hijos.
Nuestra adopción como hijos de Dios nos convierte en herederos de todas Sus promesas. Sin embargo, la Biblia establece una condición para compartir plenamente esta herencia: estar dispuestos a compartir los padecimientos de Cristo. No se trata solo de recibir bendiciones, sino de estar comprometidos con la voluntad de Dios, incluso en tiempos de dificultad.
Dios nos ha llamado a una relación de amor y confianza con Él. Como hijos e hijas, tenemos la seguridad de que nuestra herencia en Cristo es real y eterna. Caminemos con fe, sabiendo que, aunque enfrentemos pruebas, nuestra recompensa en Él es inmutable y gloriosa.