La Prueba de la Bendición: Cuando Dios te Pide lo que te Dio // Ramón Ubillos
Introducción
La bendición de Dios es una realidad profunda que se expresa claramente en la carta a los Efesios, capítulo 1, versículos 3 al 14. Allí, el apóstol Pablo proclama que Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Esta declaración no solo revela el alcance de las bendiciones divinas, sino que también establece el fundamento: no somos bendecidos por nuestras obras o méritos, sino por el amor, la voluntad y la gracia de Dios. Hemos sido predestinados para ser adoptados como hijos suyos, redimidos por la sangre de Cristo y perdonados de nuestros pecados. En Él tenemos herencia, propósito y dirección, y todo esto es conforme al plan eterno de Dios, quien hace todas las cosas según el designio de su voluntad.
La Razón y el Propósito de las Bendiciones
Cuando una persona se da cuenta de que ha sido bendecida por Dios, inevitablemente surgen dos preguntas fundamentales: ¿por qué y para qué? La Escritura responde que Dios nos bendice por su gracia y misericordia, no por lo que somos ni por lo que hemos hecho. Sin embargo, también se revela un propósito más allá del disfrute personal. Las bendiciones de Dios no nos son dadas simplemente para complacernos o para que nuestras vidas sean más cómodas, sino para que podamos compartirlas, ser canales de bendición para otros y aprender a no poner nuestro corazón en las cosas terrenales. La vida cristiana no consiste en una búsqueda utilitaria de los beneficios del Reino, sino en un compromiso genuino con el Rey. Por eso, Jesús enseñó: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas os serán añadidas”. El orden importa, porque la bendición verdadera sigue a una vida rendida a Dios.
Estar Cerca de Dios es la Verdadera Bendición
En el corazón humano hay una tendencia constante a buscar las cosas de Dios sin buscar al Dios de las cosas. Este es uno de los grandes peligros espirituales: confundir los dones con el Dador. La Escritura nos muestra que la mayor bendición no son las cosas que recibimos, sino la cercanía con Dios mismo. Jesús, siendo Dios, dejó todo lo que tenía en el cielo para hacerse hombre y cumplir la voluntad del Padre. En la cruz, se despojó hasta del consuelo de la presencia del Padre. Esta entrega total es un modelo para los creyentes, que son llamados a seguir sus pasos, incluso si eso implica perder lo que tienen o dejar de lado lo que más valoran. El ejemplo de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, revela esta verdad: a veces Dios nos pide aquello que más amamos, no porque quiera quitárnoslo, sino para probar si nuestro corazón le pertenece solo a Él.
La Bendición Puede Incomodar
Contrario a lo que muchas veces se piensa, la bendición de Dios no siempre es sinónimo de comodidad o facilidad. A veces, Dios bendice a una persona llamándola a salir de su zona de confort, del ambiente conocido, incluso de la propia comunidad de fe. Esto puede generar resistencia, porque nos hemos acostumbrado a asociar la bendición con seguridad, estabilidad y comodidad. Sin embargo, Dios puede llamar a uno de sus hijos a un camino de renuncia, donde lo que se entrega es más valioso que lo que se recibe. Dar puede ser más bienaventurado que recibir, especialmente cuando lo que se da cuesta, cuando se entrega algo que tiene un gran valor personal. Renunciar a lo bueno por amor a Dios es una expresión suprema de fe.
El Valor de la Renuncia
Muchas veces nos encontramos centrando nuestra vida espiritual en los beneficios que hemos recibido, y cuando Dios toca esas áreas, surge enojo o confusión. Nos cuesta soltar lo que nos ha sido dado, y eso revela dónde está realmente nuestro tesoro. La Biblia enseña que Jesús, incluso cuando todo le fue quitado, puso su mirada en el gozo de bendecir a otros. Hebreos 12 nos recuerda que soportó la cruz por el gozo puesto delante de Él. Esto nos enseña que la renuncia no es pérdida, sino inversión eterna. Dios puede pedirnos que dejemos aquello que amamos para que podamos vivir una fe más profunda y más libre. La renuncia por amor a Dios es una puerta hacia una bendición más pura y duradera.
Poner el Corazón en Dios
El Señor conoce el corazón humano y sabe que fácilmente nos apegamos a lo visible, a lo que nos da seguridad. Por eso, a veces Él reclama algo que nos ha dado, no para quitárnoslo definitivamente, sino para probar si estamos dispuestos a amarle por encima de todo. Simón Pedro lo entendió cuando dijo a Jesús: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esta declaración es un ejemplo de amor desinteresado, de fe que no depende de las bendiciones, sino que se ancla en la persona de Cristo. Nuestro amor por Dios debe ir más allá de lo que Él nos da. Dar gracias por quién es Dios, y no solo por lo que hace, es una señal de madurez espiritual.
Recordar Sus Beneficios, No Aferrarse a Ellos
El salmista declara: “Bendice, alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios”. Este llamado interno nos recuerda que debemos ser agradecidos, pero también vigilantes de nuestro corazón. Podemos disfrutar de lo que Dios nos da, pero no debemos permitir que eso se convierta en un ídolo. Cuando Dios quita algo, no siempre es castigo; muchas veces es redirección. El valor no está en lo que tenemos, sino en saber soltarlo cuando el Señor lo pide. Lo verdaderamente importante es mantenernos conectados a la fuente de toda bendición.
La Historia de Job: Bendecir en Medio de la Pérdida
Job es uno de los mayores ejemplos bíblicos de cómo la bendición puede ser probada. Lo tenía todo: hijos, riqueza, salud, respeto. Pero en poco tiempo lo perdió todo, y aun así, bendijo a Dios. Su esposa le sugirió que maldijera a Dios y muriera, pero Job se mantuvo firme. Incluso cuando su salud fue tocada, no perdió su fe. Su historia nos enseña que la fidelidad a Dios no debe depender de lo que tenemos o dejamos de tener. A veces, la verdadera bendición no es lo que recibimos, sino lo que queda cuando todo se ha perdido: Dios mismo.
Abacuc: Gozarse en Dios en Medio de la Escasez
El profeta Abacuc ofrece una lección poderosa sobre la actitud frente a la pérdida. Después de expresar sus quejas a Dios, termina su libro declarando que aunque la higuera no florezca, ni haya frutos, ni ganado en los corrales, él se alegrará en el Señor. Esta es la esencia de la verdadera bendición: una alegría que no depende de las circunstancias, sino de una relación viva con Dios. Así como Job, Abacuc entendió que el gozo no está en lo que se tiene, sino en quien se tiene.
No Aferrarse a lo Material
Muchas veces, sin darnos cuenta, nos apegamos a lo que Dios nos ha dado y no estamos dispuestos a soltarlo. Pero la Palabra nos recuerda que no trajimos nada a este mundo y nada nos llevaremos. Por eso, Jesús nos exhortó a hacer tesoros en el cielo, donde nada puede destruirlos. Agradecer por lo que se recibe es importante, pero también lo es estar dispuestos a renunciar si Dios así lo pide. Solo cuando nuestro corazón está libre de ataduras podemos decir sinceramente: “Señor, te sigo a ti, no por lo que me das, sino por quien eres”.
Apegarse a Dios en Lugar de a las Bendiciones
Dios quiere tener nuestro corazón sin competencia. Cuando algo ocupa el lugar que le corresponde a Él, aunque sea una bendición suya, puede volverse un obstáculo espiritual. A veces, perder algo material revela en qué estaba realmente nuestro corazón. Las pruebas no solo nos purifican, también nos muestran lo que necesitamos entregar. La historia de Jonás nos advierte sobre el enojo que puede surgir cuando las cosas no salen como queremos, mientras que la actitud de Abacuc nos anima a confiar y descansar en la soberanía de Dios, incluso cuando perdemos lo que más valoramos.
Conclusión: La Gracia para Renunciar
Renunciar a lo que nos impide tener una relación más íntima con Dios es un acto de gracia. No es fácil, pero es necesario. Por eso, debemos pedir la ayuda del Espíritu Santo, para que nuestros corazones estén dispuestos a soltar, a dejar ir, a poner a Dios en primer lugar. La verdadera bendición no está en acumular, sino en entregarse. No está en recibir, sino en estar tan libres que podamos decir: “Señor, haz conmigo lo que quieras, porque tú eres mi porción y mi herencia”. Esa es la prueba de la bendición: no cuánto tenemos, sino si estamos dispuestos a soltarlo todo por amor a Él.