Servir a Cristo a Tiempo Completo // Miguel Diez

Servir a Cristo a Tiempo Completo // Miguel Diez

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La verdad y el amor de Dios

La verdad de Dios es absoluta, eterna e innegociable. No se adapta a las modas del mundo ni se acomoda a los sentimientos humanos, porque está fundamentada en la naturaleza inmutable de Dios. En un tiempo donde muchos relativizan la fe, creer en la verdad divina se convierte en un acto de consagración. Dios no cambia su plan para aquellos que desean ser verdaderos hijos suyos. Y porque Dios es amor, también llama a un amor total: no se puede amar “a ratos”. El amor verdadero es constante y se vive sin pausa.

El llamamiento de Dios

Desde Abraham hasta los discípulos, el llamamiento de Dios es radical y definitivo. Abraham fue llamado a dejar su tierra sin saber a dónde ir, confiando solo en la voz del Señor. De la misma manera, Jesús llamó a Simón, Andrés, Jacobo y Juan, quienes dejaron redes, barca y todo lo carnal para seguirlo. El amor verdadero se mide por la entrega: dar la vida por el amado, como Cristo la dio por nosotros. Esa es la heroicidad divina, un amor que llega incluso hasta los enemigos para que sean salvados.

La experiencia de la filiación espiritual

Así como Abraham fue llamado a formar un pueblo, el Señor sigue levantando hijos espirituales. La consagración genera fruto, hijos de la fe que nacen por la predicación y el testimonio. Ramón, como ejemplo, fue bautizado hace décadas, y su vida y la de su familia son evidencia del poder transformador del discipulado. Los hijos espirituales se multiplican cuando alguien vive para Cristo y conduce a otros a la verdad.

El costo de seguir a Cristo

Jesús dijo: “Niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”. No se puede vivir el evangelio parcialmente. Cristo no puede habitar donde todavía gobierna el yo. Tomar la cruz es aceptar la verdad que mata la carne para que Cristo viva en nosotros. Los que quieren salvar su vida terrenal terminan perdiéndola, pero los que renuncian a sí mismos por Cristo la hallan para la eternidad. El que ama poco, ora poco, sirve poco y se entrega poco. El discipulado real exige totalidad.

La importancia de la consagración

La única manera de permanecer en la verdad es comprarla y no venderla. El Señor llama a la santidad, a permitir que el Espíritu Santo limpie toda mancha. La verdad no se negocia, ni se puede servir a dos señores. Ser ciudadano del reino de Dios implica renunciar al reino del mundo y someterse a la voluntad perfecta de Cristo. La consagración nos libera del ego y trae la verdadera paz y gozo.

El mandato de hacer discípulos

Quien ha sido alcanzado por Cristo es llamado a pescar hombres. No basta con asistir a cultos o vivir una fe superficial; el llamado es a ser y formar discípulos. Quien se dedica a Cristo a tiempo completo tiene hijos espirituales y ve el fruto de la entrega. El verdadero amor no busca lo propio, sino la gloria de Dios y la salvación de las almas.

La ciudadanía del reino de Dios

No se puede servir a dos señores. Ser ciudadano del cielo significa dejar de pertenecer espiritualmente a los reinos del mundo. Cristo vino no solo a salvar, sino a echar fuera al usurpador y levantar un reino de consagrados. Como en el tiempo de Salomón, los súbditos del Rey deben estar completamente entregados a Él.

La prioridad de la relación con Dios

Seguir a Cristo implica ponerlo por encima de todo, incluso de los lazos naturales. Solo hay un Padre verdadero: el celestial. La comunión íntima con Dios sostiene, protege y bendice. Ese amor se refleja en la familia espiritual que Dios concede y en la fidelidad que Él recompensa.

Servir solo a Dios

Quien no sirve a Cristo sirve inevitablemente a otra cosa. Satanás ofreció reinos y gloria a Jesús, pero Él eligió obedecer solo al Padre. Así también, el siervo de Dios no se vende por honores ni dinero. El puesto más alto que existe es ser siervo del Altísimo. No importa lo que el mundo pueda ofrecer: la verdadera honra proviene de Dios.

La honra de Dios

El Padre honra a quienes le sirven de verdad, no a quienes solo lo confiesan con los labios. Dios busca hijos llenos de su Espíritu, enamorados de Él y disponibles 24 horas para su voluntad. Los que viven así no temen a la muerte, porque el ángel del Señor los lleva en gloria.

La oración final

El clamor del corazón consagrado es perseverar hasta el final sirviendo a Cristo con todo el ser. Se pide la gracia para amarlo sin reservas, ser instrumento de bendición y multiplicar hijos espirituales. El mayor privilegio que existe es servir y adorar solo a Dios, de día y de noche, hasta la eternidad.

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