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¿Cómo puedo yo vencer la tentación? – Charles Spurgeon

La oración como una escalera descendente

La oración del Señor comienza desde lo más alto, con la frase “Padre nuestro que estás en los cielos”. Esta es la posición más elevada para el hombre, la de un hijo de Dios, adquirida por la fe. Desde allí, cada petición representa un descenso gradual, una escalera espiritual que refleja los distintos estados del alma delante de Dios.

De hijo a adorador, de súbdito a siervo

La siguiente petición, “Santificado sea tu nombre”, nos presenta como adoradores, una posición alta, pero inferior a la de hijos. Luego, con “Venga tu reino”, nos ubicamos como súbditos, honrando la realeza de nuestro Padre. Y al decir “Hágase tu voluntad”, somos siervos, obedientes a la voluntad divina. Cada rol desciende en dignidad, pero crece en humildad y dependencia.

El mendigo y el pecador en la base de la oración

Más abajo aún se encuentra la petición “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, la oración del mendigo. Y finalmente, el peldaño más bajo: “Perdónanos nuestras deudas” y “No nos metas en tentación”. Aquí el orante es un pecador consciente de su debilidad, clamando por perdón y protección.

“No nos metas en tentación”: la oración del vigilante

Esta súplica nace del alma que ha sentido el asedio del enemigo y conoce su fragilidad. Surge del temor de pecar de nuevo, del recuerdo de derrotas pasadas y de la experiencia de una gracia que no se quiere perder. Es una oración constante, adecuada para todas las etapas de la vida cristiana.

Motivos para esta súplica

El creyente clama así por varias razones: por el horror al pecado, por la memoria de una vida anterior, por la desconfianza de su propia fuerza, por la caridad hacia otros que han caído. Esta oración evita el juicio severo y fomenta la misericordia. Nos recuerda que todos somos vulnerables, carne y sangre, y que la caída ajena puede ser la nuestra si no velamos.

Un clamor humilde, una confianza filial

La frase “No nos metas en tentación” revela una confianza tierna en Dios como Padre. Expresa temor y dependencia, pero también seguridad en que el Señor escucha el corazón de sus hijos. Como niños, nos acercamos con sencillez, sin pretensiones, con el deseo de evitar lo que pueda hacernos tropezar.

El significado profundo de la súplica

No se trata de evitar toda aflicción, sino aquellas pruebas que podrían conducirnos al pecado. Es un ruego para que la gracia divina no sea retirada, pues sin ella, incluso el más fuerte cae. Es la oración de Sansón sin su fuerza, de Pedro antes del canto del gallo.

Tentaciones externas: pobreza, riqueza y entorno

Las condiciones materiales también nos exponen al mal. La pobreza puede llevar al desespero; la riqueza, a la vanidad. Nuestro entorno –familia, trabajo, amistades– puede ser fuente de pruebas constantes. De ahí la necesidad de orar sin cesar: “No nos metas en tentación”.

Compasión hacia los tentados

El cristiano no debe juzgar con dureza al que cae. Debe recordar que también podría tropezar. Al ver a otros errar, es mejor clamar por misericordia, reconociendo que la tentación tiene muchas caras y se esconde en cada rincón de la vida.

Dios prueba, pero también libra

El Padre celestial no siempre libra del todo de la prueba, pues la fidelidad probada tiene valor. Pero el creyente no debe buscar la prueba voluntariamente, sino pedir sabiduría y protección, como Cristo mismo lo hizo en Getsemaní.

Conclusión: Orar con vigilancia y humildad

La oración “No nos metas en tentación” es un suspiro constante del alma humilde. Es vigilancia, desconfianza de sí, compasión por otros y confianza en Dios. Es la súplica del alma que desea honrar a su Señor, vivir en santidad, y mantenerse firme en medio de un mundo lleno de lazos y trampas.

Con cada peldaño descendente, la oración del Señor revela más de nuestra dependencia y más de Su gracia. Y en cada palabra, el alma encuentra refugio en el amor paternal del Dios que escucha y guarda.

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