La Majestad de Dios y la Santidad que Conviene // Salmo 93

La Majestad de Dios y la Santidad que Conviene // Salmo 93

En una amena y profunda conversación entre amigos, Willy López y Carlos nos invitan a reflexionar sobre el Salmo 93, un pasaje breve, pero lleno de poder espiritual y significado eterno. Este salmo exalta la majestad de Dios, y a partir de él se despliegan temas esenciales para nuestra fe como el respeto, el temor reverente, la santidad, y la manera en que nos acercamos al Señor.

Dios: Majestad y Autoridad Absoluta

Dios no es un colega más ni un personaje simbólico. Es Rey, Señor, Soberano. Su majestad implica dominio, control, sabiduría, y una gloria que ninguna figura terrenal puede igualar. Como tal, no ponemos nosotros las condiciones para acercarnos a Él, como tampoco las ponemos cuando vamos a pedir un crédito al banco. Pero con una diferencia gloriosa: las condiciones de Dios están revestidas de amor, misericordia y gracia.

En una sociedad que ha perdido el respeto a la autoridad, también hemos perdido la noción del temor de Dios. No se trata de tenerle miedo, sino de tener un respeto profundo que nace del amor y el reconocimiento de su grandeza. Así como no se habla de cualquier forma con un rey, no se puede tratar a Dios con ligereza.

El Respeto: Fruto del Temor de Dios

Nuestra forma de tratar a Dios se refleja en cómo tratamos a nuestros pastores, a los líderes, a nuestros padres y ancianos. “Si no respetamos a los que vemos, ¿cómo vamos a respetar a Dios, que no vemos?” La falta de temor reverente se manifiesta en la falta de respeto generalizada: en el trato a los mayores, en la indiferencia social, y en la superficialidad con la que a veces participamos en la vida espiritual.

El culto del domingo no es un rito social. Es una cita con el Rey del universo. Pero, ¿vamos con expectativa? ¿Nos preparamos para encontrarnos con su majestad o simplemente seguimos una liturgia vacía? La presencia de Dios no es ajena a su majestad. Son inseparables.

Vestidos para la Presencia del Rey

Uno de los temas más destacados en esta tertulia es el de “vestirse” para encontrarse con Dios. No se trata solo de apariencia exterior, sino del corazón. La santidad es el traje hecho a medida que Dios quiere ponernos. Como el sumo sacerdote que debía vestirse adecuadamente para entrar en el lugar santísimo, nosotros también debemos vestirnos de santidad. No podemos entrar con ropas sucias, con actitudes hipócritas, ni con corazones endurecidos.

Desde el principio, cuando Adán y Eva pecaron, Dios los vistió. Derramó sangre para cubrir su desnudez. Desde entonces, el anhelo de Dios ha sido vestirnos con su santidad. Y sin ella, dice la Escritura, nadie verá al Señor.

Santidad: No Apariencia, Sino Corazón

La santidad no es lo que aparentamos, sino lo que somos en lo más íntimo. No se trata de cumplir reglas externas, sino de tener un corazón transformado por el Espíritu Santo. Podemos vestirnos de traje en la iglesia y ser abusivos en casa. Podemos levantar las manos en el culto y levantar la voz con ira a nuestros hijos. Por eso, la santidad conviene. Porque nos transforma y nos permite reflejar verdaderamente a Cristo.

La Iglesia: La Novia Vestida para el Rey

Como iglesia, somos la novia del Cordero, llamada a vestirse para el encuentro con su amado. No con modernidades que diluyen la verdad, no con religiosidad vacía, sino con santidad genuina. El llamado a la santidad es un llamado a vivir en reverencia, en entrega, y en profundo amor por el Señor.

Conclusión

El Salmo 93 nos recuerda que el Señor reina, vestido de majestad. Nuestra respuesta no puede ser otra que vestirnos también, no de orgullo ni de autosuficiencia, sino de santidad. Porque como bien concluye la tertulia: la santidad conviene. Conviene para nuestro caminar diario, para nuestra relación con Dios, y para nuestra preparación eterna como iglesia gloriosa.

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