¿Por qué es tan difícil esperar en Dios? – Charles Spurgeon
La Sequía de la Naturaleza y la Lluvia de la Gracia
La historia de la sequía en los tiempos del profeta Jeremías enseña una profunda lección sobre la dependencia del ser humano de Dios. Los nobles enviaron a sus criados a buscar agua, pero no hallaron ninguna fuente. Comprendieron entonces que solo Jehová puede hacer llover y traer bendición. Esta experiencia los llevó a declarar con humildad: “En ti, pues, esperamos”.
El sufrimiento se convirtió en maestro, y la sed los condujo a la conclusión que todo corazón debe alcanzar: que la esperanza verdadera solo puede estar puesta en Dios.
La Dependencia del Hombre de Dios
El hombre es una criatura dependiente en todos los aspectos de su existencia. Cada respiración, cada alimento, cada gota de agua proviene del poder y la misericordia de Dios.
Sin la lluvia, la tierra no produce; sin el rocío, los campos mueren. La sequía revela la fragilidad humana y la absoluta necesidad de confiar en Aquel que sostiene la creación.
Incluso las naciones más prósperas dependen del mismo Creador. Dios puede llenar los graneros o cerrarlos a Su voluntad. La vida humana pende de un hilo sostenido por la mano divina, y si Él retira Su aliento, todo se convierte en polvo.
En el ámbito espiritual, esta dependencia es aún más clara: sin el Espíritu de Dios, no hay vida ni salvación. Solo Su gracia puede renovar el corazón y traer el perdón.
La Necesidad de la Gracia Divina
La justificación, la fe y la vida nueva son dones que solo el pacto de gracia puede conceder. Ningún hombre puede limpiarse a sí mismo ni producir santidad por su propio esfuerzo.
Dios es el autor de toda fe genuina, de todo amor puro y de toda esperanza viva. Como los huesos secos del valle de Ezequiel, el pecador solo puede vivir cuando el Espíritu sopla sobre él.
Toda la obra espiritual comienza y termina en Dios. Ninguna chispa de santidad nace fuera de Su toque creador.
La Ingratitud y la Rebelión del Hombre
A pesar de esta dependencia total, el hombre continúa rebelándose contra Dios. Es un acto de ingratitud usar la bondad divina como medio para el pecado.
El pecador, culpable ante la justicia perfecta, no puede reclamar derechos; solo puede clamar por misericordia. Si Dios ejecutara estrictamente Su justicia, nadie podría quedar en pie.
La Soberanía de Dios y la Salvación
El perdón es un acto de la soberanía divina. Dios tiene el poder de salvar o de dejar al pecador en su condenación, y ninguna lengua puede acusarlo de injusticia.
Su misericordia es libre y soberana: cuando elige rescatar al culpable, lo hace para mostrar la grandeza de Su amor.
La salvación no depende del mérito humano, sino del beneplácito del Señor. Por eso, el alma humilde debe reconocer su dependencia total y buscar Su favor con reverencia.
La Angustia Espiritual y la Búsqueda de la Gracia
La sequía material de Jerusalén simboliza la sequía espiritual del alma. Cuando Dios retira Su presencia, el corazón se siente vacío, hambriento y desesperado.
La angustia espiritual humilla el orgullo, quebranta la autosuficiencia y despierta el deseo de encontrar la fuente de vida eterna.
Como los criados que regresaron con vasijas vacías, el alma que busca consuelo en fuentes humanas vuelve decepcionada. Ninguna ceremonia, doctrina o penitencia puede reemplazar la gracia divina. Solo Cristo puede saciar la sed espiritual.
La desesperación puede parecer el fin, pero a menudo es la puerta por la que se entra a la verdadera esperanza. Cuando todo lo demás falla, el alma mira hacia Dios y exclama: “En ti, pues, esperamos”.
La Importancia de Buscar a Dios
Todo intento de encontrar ayuda fuera de Dios es vano. Los ídolos no hacen llover, las supersticiones no salvan, y la confianza en uno mismo es un refugio de mentiras.
Solo Dios puede abrir las ventanas del cielo y derramar bendición. Sin Su intervención, ni los ritos, ni los cantos, ni la predicación pueden producir vida espiritual.
El cielo puede ser azul y hermoso, pero si no hay lluvia, se convierte en símbolo de esterilidad. Así también el alma sin Dios puede parecer tranquila, pero está seca y sin fruto.
La Capacidad de Dios para Salvar
Nada es imposible para el Señor. Puede transformar en un instante el corazón más endurecido, hacer brotar ríos en el desierto del alma y crear nueva vida donde solo había muerte.
Dios da todo gratuitamente y según Su voluntad soberana. La sabiduría consiste en esperar en Él y confiar en Su poder salvador.
La Necesidad de Esperar en Dios
La salvación no se logra por mérito, sino por gracia. Esperar en Dios implica someterse a Su voluntad, clamar en oración y confiar en Su nombre.
Una oración sencilla, pero poderosa, es: “Actúa, oh Jehová, por amor de tu nombre”. Esta súplica reconoce la impotencia humana y exalta la gloria divina.
La Importancia de la Oración y la Confesión
Jeremías intercedió por su pueblo, pero Jesús es el Mediador perfecto. En Él encontramos perdón, justicia y vida eterna.
Confesar los pecados ante Dios es el primer paso hacia la restauración. “Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad”, dijo el profeta, y esta confesión abre el camino a la misericordia.
El que se acerca a Cristo con fe no será rechazado. Jesús prometió: “Al que a mí viene, no le echo fuera”.
Por eso, el llamado final es claro: volver a Dios, humillarse ante Él y aferrarse a Jesús. Aun si los pecados fueran rojos como el carmesí, serán blanqueados como la nieve.
Y así, la sequía de la naturaleza y del alma encuentra su fin en la lluvia de la gracia divina, que desciende del cielo para dar vida, esperanza y salvación a todo aquel que cree.

