¿Por qué los Cristianos Abandonan la Fe? – Charles Spurgeon
Introducción: La pena más amarga
La deserción espiritual y la apostasía no solo son los más terribles males que pueden aquejar a una iglesia, sino que constituyen la tristeza más profunda para un pastor fiel. Así como Jesús preguntó en Juan 6:67: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”, esta pregunta resuena con poder en el corazón del liderazgo espiritual. El abandono de la fe por parte de quienes alguna vez caminaron cerca, como Judas, representa una calamidad más desgarradora que cualquier ataque externo.
El dolor de la traición interna
El pastor Benjamín Keach testificó que es más llevadero el odio del enemigo declarado que el abandono de un amigo íntimo. Esta es la herida más profunda: el golpe de la confianza traicionada. Cuando alguien se aleja, revelando que nunca fue verdaderamente parte del cuerpo, la iglesia no pierde un verdadero hijo, sino que experimenta la purificación que Cristo mismo ejecuta con Su aventador.
La separación es dolorosa pero necesaria
La obra de Cristo purificando a Su iglesia provoca ansiedad y duelo entre los fieles, pero es una obra santa. No se trata de sospechas mezquinas, sino de una autoevaluación sincera provocada por la pregunta directa: “¿También vosotros os iréis?”.
¿Por qué se van?
La raíz de toda apostasía es la falta de una fe verdadera, la ausencia de gracia. A veces se rechaza la fe por no tolerar las doctrinas de Cristo, que humillan el orgullo humano. Otras veces, simplemente no hay disposición a obedecer cada una de las enseñanzas del Señor. La pregunta del Salvador sigue vigente: ¿seguirás a Cristo aunque sea difícil?
Amor por la Palabra
El verdadero creyente no descarta lo que la Escritura enseña claramente, sino que, como los de Berea, examina diligentemente la Palabra. La obediencia a Cristo incluye toda Su enseñanza, no solo lo que agrada al oído.
Motivaciones materiales y conveniencia
Algunos se acercan a la fe por interés, como el personaje “señor Interesado”, pero la verdadera religión requiere renuncia. Aquellos que venden a Cristo por ganancias no conocen Su valor. La fidelidad cristiana no debe fluctuar por ofensas ni por desánimo.
El peligro de la hipocresía
Los falsos creyentes pueden permanecer ocultos a los ojos humanos, pero no al de Dios. Muchos se unen a la iglesia por posición o respeto social, pero no por amor a Cristo. Pronto se marchan, dejando evidencia de que nunca fueron sinceros.
Persecución y presión social
La burla, la crueldad y la presión de esposos, jefes o compañeros llevan a algunos a abandonar la fe. Sin embargo, los verdaderos creyentes están llamados a sufrir con gozo, como dignos del nombre de Jesús.
La veleidad y falta de convicción
Hay quienes abandonan la fe sin razón aparente. Fueron movidos por emociones, no por convicción. Su fe brota rápidamente pero también se marchita sin raíz. La carencia de principios sólidos es fatal.
El peligro de los placeres y la frialdad
Los goces sensuales y el pecado atrapan a muchos. La frialdad de corazón se introduce gradualmente: primero se descuida el culto, luego la oración, y finalmente la comunión. Esta decadencia silenciosa es una de las más grandes amenazas.
Cambio de circunstancias y orgullo
Algunos se van porque se empobrecen y sienten vergüenza. Otros, porque se enriquecen y buscan nuevos círculos más prestigiosos. Pero ni la pobreza ni la riqueza deben alejarnos de la verdadera comunión cristiana. La iglesia valora el carácter más que el estatus.
Doctrina errónea y peligro intelectual
El error doctrinal es otra causa de apostasía. La duda moderna, el escepticismo y las ideas engañosas destruyen la fe débil. Es preferible abandonar un libro peligroso que persistir en su lectura y ser arrastrado al error.
Consecuencias de apartarse
El apóstata no halla felicidad. Su memoria le atormenta. Algunos regresan, pero no sin cicatrices. Otros se convierten en enemigos feroces del Evangelio. Casos como el de Francis Spira y John Child ilustran el remordimiento desesperado que puede sobrevenir.
No hay seguridad fuera de la gracia
Solo la gracia de Dios puede mantenernos firmes. Nadie está a salvo por sus propias fuerzas. Como dijo John Bradford: “Allá va John Bradford, si no fuera por la gracia de Dios”. La única seguridad está en estar verdaderamente arraigados en Cristo.
El papel de la humildad y la vigilancia
Es vital caminar humildemente, depender totalmente de Cristo, orar sin cesar y evitar las malas compañías. Como el cochero sabio, debemos mantenernos lejos del peligro, no lo más cerca posible sin caer.
La conclusión de la fe
Cuando Cristo pregunta: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”, el corazón del verdadero creyente responde: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esa es la respuesta segura, no por orgullo, sino por dependencia total del Salvador.
Una súplica final
Que el Dios de paz santifique completamente cuerpo, alma y espíritu hasta la venida de Jesucristo. Aquel que comenzó la buena obra en nosotros, la perfeccionará. Confiemos en Su fidelidad, permanezcamos firmes, y no nos alejemos jamás.