La Escuela de la Humildad: Imitar el carácter de Cristo // Miguel Diez
La escuela de la humildad
La escuela de discipulado podría tener muchos nombres, pero uno de los más adecuados sería “la escuela de la humildad”, porque la humildad es la madre de todas las virtudes. La humildad se aprende imitando a Jesús, quien siendo Dios se humilló y mostró una actitud sorprendente al hacer milagros y prodigios sin buscar aplausos. Dios no acepta a los ministros orgullosos, y en Isaías 57:15 se afirma que Él habita con el quebrantado y humilde de espíritu para vivificar sus corazones.
El proceso del quebrantamiento
La mejor manera que Dios tiene para enseñarnos humildad es quebrantando nuestro orgullo. El apóstol Pablo fue un ejemplo de ello: un hombre preparado y docto religiosamente, pero que necesitaba aprender humildad y obediencia. Dios lo trató con la vara, permitiendo azotes y prisiones para formar en él el carácter de Cristo. La humildad es el fundamento de todas las virtudes; sin ella no se puede orar con sinceridad ni tener verdadero éxito espiritual.
Experiencias de humildad y quebrantamiento
Pablo experimentó la máxima unción de Dios al realizar milagros y resucitar muertos, y sin embargo sufría una enfermedad que lo debilitaba. Cuando pidió liberación, Dios le respondió: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” Esta respuesta muestra que la gracia divina actúa cuando reconocemos nuestra fragilidad. Así también, muchos creyentes han aprendido humildad a través del dolor, la humillación y el arrepentimiento.
La raíz del orgullo y la liberación
El orgullo puede tener raíces antiguas, incluso en experiencias pasadas. El relato de quien fue atormentado por un demonio hasta que reconoció su rebelión y pidió perdón, ilustra que solo la confesión y la humildad traen libertad. Cuando se reconoce el pecado, Dios muestra su gracia y restaura el alma quebrantada.
La importancia de la humildad
La humildad es necesaria para acercarse a Dios. Isaías 66 enseña que el Señor mira al pobre y humilde de espíritu, al que tiembla ante Su palabra. Nadie puede ser templo del Espíritu Santo sin haber aprendido humildad. Esta virtud se cultiva en lo cotidiano: al servir, al no buscar ser el primero o al realizar pequeños actos sin esperar reconocimiento. Santiago 4:6-10 recuerda que Dios da gracia a los humildes y resiste a los soberbios.
El orgullo y la soberbia
El doble ánimo, el amor desordenado por la familia o el apego a lo terrenal son expresiones de orgullo que impiden la comunión con Dios. Los creyentes deben mantener su alma unida a Cristo, aun si eso implica rechazo o incomprensión. Ser discípulo del Señor exige ponerlo por encima de todo y entender que la verdadera familia está en la fe.
El orgullo religioso y la circuncisión del corazón
El orgullo es el padre de todos los pecados y fue lo que introdujo Satanás en el corazón del hombre. Dios quiere que seamos como Él en santidad, no que pretendamos ser dioses. El orgullo religioso es especialmente peligroso: muchos quieren ser maestros sin haber sido quebrantados. La verdadera circuncisión del corazón ocurre cuando la Palabra penetra en el alma y produce arrepentimiento genuino. Jesús enseñó: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
La humildad en la vida diaria
La humildad también se refleja en el servicio. Las mujeres de la familia de Miguel Díez, por ejemplo, sirven a los demás sin buscar títulos ni honores. El orgullo es natural en el ser humano, pero con la ayuda de Dios puede ser vencido. Jesús enseñó a ser como los niños: puros, humildes y dispuestos a servir. Proverbios 3:34 reafirma que Dios da gracia a los humildes y escarnece a los soberbios.
El carácter y el temperamento
El carácter humano está formado por herencia y ambiente. Los temperamentos —sanguíneo, melancólico, flemático y colérico— influyen en la personalidad, pero pueden ser transformados por Dios. El Señor limpia las huellas del alma como la marea limpia la arena, borrando las pisadas del pasado. Cuando el carácter es purificado, el creyente puede reflejar la imagen de Cristo.
La humildad y el arrepentimiento
La verdadera humildad se adquiere por medio del arrepentimiento. No basta con gestos externos: la humildad sin arrepentimiento es falsa. El despertar de la conciencia lleva al quebrantamiento y a la confesión, lo que purifica el alma. Proverbios 16 enseña que “antes de la caída es la soberbia”, y Romanos 12:16 exhorta a no ser sabios en nuestra propia opinión.
La confesión y el perdón
Confesar los pecados es una expresión profunda de humildad. En la parábola del fariseo y el publicano, el que se reconoce pecador es justificado por Dios. La confesión libera el alma y evita que los pecados ocultos se conviertan en “tumores espirituales” que impiden el crecimiento. Pedir perdón a quienes hemos ofendido es un paso esencial hacia la sanidad interior y el crecimiento en virtud.
La humildad en la Biblia
1 Pedro 5:5-7 enseña que debemos revestirnos de humildad, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Proverbios 22:4 afirma que la humildad trae riquezas, honra y vida. Jesús, en Mateo 11:28-30, invita a aprender de Él, que es manso y humilde de corazón. La humildad es el fundamento de la escuela de Cristo y la madre de todas las virtudes.
Oración y reflexión final
La oración final reconoce que aún no se ha alcanzado la verdadera humildad, pero el Señor continúa transformando el carácter. Dios poda, limpia y forma en nosotros un corazón manso como el de Jesús. Se pide perdón por las manifestaciones del ego y se agradece la obra de transformación divina. La verdadera humildad consiste en negarse a uno mismo, morir cada día al orgullo y permitir que Cristo viva en nosotros. Amén.

