Elías: Si el Señor es Dios seguidle y si Baal seguidle a él

Elías: Si el Señor es Dios seguidle y si Baal seguidle a él

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El rey Acab y su mal gobierno en Israel

Uno de los peores reyes en la historia de Israel fue Acab, quien gobernó el Reino del Norte, con capital en Samaria. Según el primer libro de Reyes, capítulo 16, versículo 30, Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová más que todos los que reinaron antes de él. En la Biblia, un rey se evalúa por su obediencia a la ley de Dios, no por sus políticas económicas o sociales. La desobediencia de Acab trajo consecuencias negativas para todo el reino de Israel.

La influencia de Jezabel y la promoción de la idolatría

La situación empeoró cuando Acab se casó con Jezabel, hija del rey de Sidón, quien trajo consigo costumbres paganas. Esto se menciona en 1 Reyes 16:31-33, donde se relata que Jezabel promovió la adoración a Baal y Asera, construyendo altares y fomentando la idolatría. Este matrimonio, probablemente estratégico y diplomático, desvió al rey y al pueblo de la verdadera fe en Jehová. La ley de Dios advertía contra matrimonios con pueblos paganos, ya que podían apartar a los israelitas de su fe (Deuteronomio 7:3-5).

La persecución de los profetas y la inmoralidad

Jezabel ejerció una fuerte influencia en Acab, promoviendo la persecución de los verdaderos profetas de Dios. Se ordenó la muerte de muchos de ellos, aunque el mayordomo de Acab logró salvar a cien profetas. Además, Jezabel sostuvo y organizó el sistema de adoración pagana incluso en tiempos de sequía, alimentando a 450 profetas de Baal y 400 de Asera (1 Reyes 18:19). Su influencia también promovió la inmoralidad, siendo mencionada en Apocalipsis 2:20 como símbolo de seducción y desviación espiritual.

El desafío de Elías al pueblo de Israel

Dios llamó a Elías para confrontar la situación. Ante Acab y todo el pueblo reunido en el Monte Carmelo, Elías les pidió tomar una decisión: seguir a Jehová o a Baal. La pregunta de Elías fue directa: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” (1 Reyes 18:21). Claudicar, en este contexto, significa vacilar, rendirse o faltar a los propios principios. El pueblo debía decidir con claridad a quién servir.

La demostración del poder de Dios

Para probar quién era el verdadero Dios, Elías desafió a los profetas de Baal y Asera. Mientras ellos no pudieron producir ningún milagro, Elías oró a Jehová, y fuego descendió del cielo consumiendo el holocausto, la leña, las piedras, el polvo e incluso el agua en la zanja (1 Reyes 18:36-38). Ante este milagro, el pueblo reconoció al Dios verdadero y se postró diciendo: “Jehová es Dios” (1 Reyes 18:39).

El llamado a una decisión personal y comprometida

Reconocer a Dios no es suficiente; se requiere un compromiso de obediencia. Josué, al final de su vida, enfrentó a su pueblo a una decisión similar: servir a Jehová o a otros dioses (Josué 24:14-15). Cada persona debe elegir con libertad a quién servir, dedicando su corazón y su vida a Dios de manera sincera y completa.

Servir a Dios con todo el corazón

La Biblia nos exhorta a no ser de doble ánimo, como aquellos que vacilan entre servir a Dios o a otros ídolos (Deuteronomio 6:4; Santiago 4:8). La devoción solo de labios, sin compromiso real del corazón, se convierte en religión vacía, como profetizó Isaías: “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Isaías 29:13). La fe verdadera requiere un corazón entregado y sincero, capaz de seguir a Dios sin claudicar.

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